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miércoles, 6 de febrero de 2013

ORACIÓN FÚNEBRE DE PERICLES. Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso Libro II, 35-46



Nuestro sistema político no compite con instituciones que tienen vigencia en otros lugares. Nosotros no copiamos a nuestros vecinos, sino que tratamos de ser un ejemplo. Nuestra administración favorece a la mayoría  y no a la minoría: es por ellos que la llamamos DEMOCRACIA. Nuestras leyes ofrecen una justicia equitativa a todos los hombres por igual en sus querellas privadas, pero eso no significa que sean pasados por alto los derechos del mérito. Cuando una ciudadano se distingue por su valía, entonces se le prefiere para la tareas públicas, no a la manera de privilegio, sino de reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza...
La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente; no recelamos los unos de los otros y no nos entrometemos en los actos de nuestro vecino, dejándole que siga su propia senda. Pero esta libertad no significa que estemos al margen de las leyes. A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las  leyes y a no olvidar nunca que debemos proteger a los débiles. 
Nuestra ciudad tiene las puertas abiertas al mundo; jamás expulsamos a un extranjero. Somos libres de vivir a nuestro antojo y no obstante siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro. Admitir la propia pobreza no tiene entre nosotras nada de vergonzoso; lo que sí consideramos vergonzoso es no hacer ningún esfuerzo por evitarla. No consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente.


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