La reconstrucción del pasado de
una comunidad humana casi siempre se dirige a conocer sus formas de vida
económica, política y las vicisitudes de esas variables a través del tiempo. Ya hemos dicho en otro lugar que a menudo las costumbres sociales y la forma de relacionarse dentro de esa comunidad, son olvidadas, aunque también son parte de la historia, sobre todo de la
historia local. El baile ha sido una de las manifestaciones más antiguas de la
humanidad, utilizado para relacionarse socialmente, para alterar el orden
cósmico buscando la unión con la divinidad, propiciar el éxito en las
expediciones guerreras y la caza y por supuesto, para arrimarse hombres y
mujeres que a pesar de las prohibiciones e interdictos culturales o
religiosos, siempre se han buscado con ganas y empeño.
Hasta los años treinta del siglo que
pasó, para iniciar el baile en los pueblos del entorno de Peñacorada, sólo se
necesitaba un par de panderetas o panderos, dos mozas que los tañían y
acompasaban con un canto arcaizante, lleno de melismas y cadencias que muy poco
o nada tienen que ver con la música de más allá de los Pirieneos. Estas mujeres memorizaban la
tradición recibida y oralmente la trasmitieron en coplas y cantares durante
generaciones. La devastación producida por la modernidad, los medios de
comunicación y el seguimiento cerril de modas pasajeras, han acabado con un
verdadero tesoro de tradición; en fin, la ignorancia hace que lo propio nos
parezca atrasado, fuera de lugar frente a modas más atractivas y coloristas,
pero alejadas de nuestro ciclo cultural
mediterráneo.
Con panderos y panderetas se
hacían los bailes en Robledo, la Llama de la Guzpeña y otros pueblos del Valle
del Tuejar hasta 1930, según me relataba
mi estimada tía que en gloria esté Eusebia Tejerina Valbuena. En la plaza de la Llama junto al
caño, en las fiestas de precepto y sobre todo, en celebraciones que implicaban
a todo el pueblo como las bodas, mozas y mozos
se disponían en dos filas, unos frente a otros, sin tocarse; a un golpe
de pandero iniciaban el baile de la tierra como lo habían hecho y recibido
desde hacía más de 1000 años de sus antepasados.
En Cistierna el baile tradicional
ya se había perdido, no olvidado, a principios del S. XX. Se recuperó en la
segunda mitad gracias a la inapreciable y poco reconocida labor, esfuerzo,
empeño e investigación de Don Miguel Melcón. Desde los años sesenta del siglo
pasado, Miguel lucha a brazo partido contra la incuria, el olvido y la desgana
de propios y administraciones, para que el estilo antiguo de bailar y entender
el gozo festivo no se pierda. A Don Miguel debemos últimamente que la romería
de San Guillermo tenga de nuevo brillo propio y auténtico. Cada 28 de mayo,
cuando el grupo de baile tradicional, únicamente femenino, acompaña y danza
frente a la imagen del patrón de la villa, contemplamos una estampa restaurada
del pasado, trasmitida hasta nosotros a través de una larga cadena, de la cual
Don Miguel es el último eslabón. Esperemos que alguien tome en su día el relevo
de quien tan dignamente rescató del olvido el baile antiguo que nace de la
tierra. Ahora, hagamos un poco de memoria para saber cómo y dónde movían la
patuca y se entregaban al dulce meneo los habitantes de Cistierna durante el
pasado siglo. Antes de la guerra civil
ya funcionaban en el pueblo dos bailes, el de Paulino, situado en la ahora llamada Avenida la Constitución,
antes General Franco, y el salón del
Señor Arquipos, en el corral trasero de su casa ubicado en la misma calle
que el anterior, junto al comercio de Don Luis Canal. El local de Paulino,
padre de la recordada Florencia, era un
baile popular que se hacía en los bajos de la casa donde Don Luis Barrio abrió
hasta los años ochenta una tienda de ultramarinos. Mediante el “chinganillo”,
como aquí se conocía al organillo, y en ocasiones con orquesta de tres
instrumentos, se hacía el baile todos
los domingos y fiestas. Paulino, le daba a la manivela mientras la gente
bailaba; al final de la pieza gritaba: ¿hay forasteros? Si los había repetía la
misma pieza. Después de la guerra el bueno de Don Paulino compró un tocadiscos
y dos altavoces; al no ser muy potentes la concurrencia bailaba arremolinada
alrededor de los altavoces que colgaban de un poste. El salón del Señor
Arquipos era un baile de sociedad, al cual solo podían acceder los socios, por
decirlo de alguna manera, la gente bien, que no iba al baile de Paulino, más
popular y de madreña en ristre. El señor Resti, en los años cuarenta, abrió otro baile llamado pomposamente “Salón
de Recreo”; también era de sociedad y dotado de ambigú donde se expendían
refrescos (el famoso orange de polvos), coñac y vinazo. Este baile se ubicaba
en lo que ahora es el taller de Don Constantino Llamas que en paz descanse,
junto al colegio de las Madres
Dominicas, alevosamente desaparecido en nuestro
tiempo, sin que las cabezas pensantes del pueblo y la ciudadanía hiciesen nada
para parar aquella vergonzosa destrucción, como si al pueblo le sobrasen
edificios de tal entidad. La enseñanza privada impartida por las Madres
Dominicas, a pesar del empeño de algunos docentes de la pública que por
aquellos años desacreditaban al colegio de Santa Catalina, siempre fue en
nuestra montaña un gran centro de promoción infantil y juvenil, la única salida
para muchas niñas del medio rural (prácticamente
la totalidad de la Montaña de Riaño) que en dicho colegio residían y
estudiaban. Durante la guerra en el
local del baile de Resti, existió un cuartel de militares.
Según los informantes, parece ser que los
Callado, de vez en cuando, también organizaban un baile en la plazoleta del
Caño Marcelo. Otro salón de baile existió en la casa Nº 96 de la Avenida Constitución antes General Franco propiedad de D. Lorenzo García representante de artículos coloniales (suegro de D. Andrés Balbuena), que vivía junto a la
actual Funeraria de Doña Elda. Esporádicamente, sobre todo cuando había alguna
boda en el pueblo, funcionaba el baile de Rueda en la trasera del Café Central.
Dirán que mucho baile para tan
poco pueblo, pero tengan en cuenta que
las únicas diversiones a las que se podía entregar la juventud eran el fútbol
en el campo el Esla, el baile y el cine Valladares. Un hijo de Don Félix
Montañés, antes de la guerra abrió un
cine cerca de la confitería actual, donde se pasaban películas mudas de Charlot
y Buster Keaton, al precio de una peseta. También contaba Cistierna en las
décadas de los años treinta y cuarenta, con un casino para socios instalado en
el primer piso del Moderno, en concreto en las habitaciones 7 y 14.
Cuando la toma de Barcelona por Franco, un gélido día 26 de Enero de
1939, Paulino organizó un sonado baile conmemorativo de la victoria. Al
danzón concurrió toda la mocedad de Cistierna, adultos, y muchos niños. Todo
transcurría en calma hasta que un mozalbete gritó, “nos atacan los de Valmartino”. Por lo visto, la chiquillería y
mozos de Valmartino bajaban por la carretera y el vallejo del Arroyo de las
Cortinas en son de guerra; venían armados de hondas, palos y buenos morrillos.
Los de Cistierna, salieron del baile Paulino como si las mismas “hordas rojas
de Guardo” atacasen de nuevo la villa,
arremetiendo con fuerza contra los sorpresivos atacantes. Primero les
hicieron recular hasta la tejera de Rodríguez y, desde allí,
hasta el alto donde empieza a columbrarse
la silueta de la iglesia de San Pedro. Cuando subían por el Camino del Inhiesto, la general
desbandada valmartiniega, era observada por el cura que había subido al
campanario alarmado por la gritería que venía de la Valleja de Arrón. El pater, alarmado ante la cobarde retirada de los
suyos, comenzó a tocar las campanas. Al arrebatado repique, acudieron el
maestro y muchos vecinos del pueblo que, enarbolando el pendón concejil,
enardecieron con nuevos bríos el ánimo guerrero de la derrotada hueste.
Animados por la presencia de los suyos, los que huyen dan valientemente la
cara, cargan las hondas y arremeten contra los de Cistierna, lanzándoles una
andanada de peladillas de río. La fortuna, tan cambiante en las cosas de la
guerra, se torna adversa a los de la villa grande; éstos, a la vista del pendón
y las fuerzas vivas que lo portaban dan la vuelta y, pies en polvorosa, huyen
cuesta abajo hacia su pueblo. Así se festejó aquel frío día de enero la toma de Barcelona: primero bailongo en
casa Paulino y después aceifa guerrera con los del pueblo de al lado. La conflictividad en los bailes a menudo se
producía cuando un mozo despechado, después de haber recibido calabazas de la
chica pretendida, la sometía a una férrea vigilancia, para que no bailase con
ningún otro. Si la muchacha aceptaba un nuevo compañero de baile, el
rechazado se dirigía al afortunado para prohibirle bailar, y ahí se armaba la
de Dios es Cristo.
Algo parecido debió ocurrir cuando se perpetró el romanceado crimen de Ramos, el 29 de Agosto de 1926.
Los informantes no se ponen de acuerdo si la gresca se armó en el baile de
Paulino, o en el de Arquipos. De los autos del proceso, se colige que ese día
de verano se había producido una reyerta en un baile del pueblo; en la gresca
intervino el cabo de la guardia civil
Francisco Blanco, quien detuvo a Guillermo
Roldán, interviniéndole una navaja y ordenándole que se fuese para su casa.
A las ocho y media cuando el cabo se retiraba, a la altura de la plaza junto a
la casa de D. Esteban Corral, Roldan traicioneramente asestó al del tricornio
una puñalada por la espalda. Herido gravemente, el guardia sacó la pistola y le
disparó a Roldán un tiro por la paletilla a la voz de “toma plomo, castrón”. El
matador y el moribundo fueron trasladados al Moderno, donde su propietario el tío Inocencio Recio de Villayandre, permitió que allí les hiciesen la
primera cura, parando la hemorragia con hilas y vendas de una sábana de lino
que a tal efecto se cortó. El cabo dio las últimas boqueadas a los veinticuatro
días. Roldan, después de curarse fue
sometido a consejo de guerra; estamos en los tiempos de la Dictadura de Primo
de Rivera. El 28 de enero de 1928 es condenado a la infame muerte de garrote
vil. La autoridad señaló el día 31 de marzo para ejecutar la sentencia. A
León se trasladaron desde Cistierna en el rapidillo, dos hermanas y otros
parientes del reo. El Obispo asistió al preso recordándole que se enfrentaba al
gran misterio del más allá y, éste se confesó más tarde con un sacerdote. Se
cuenta que cinco sacerdotes, capellanes y religiosos de diferentes órdenes,
estuvieron toda la noche acompañando y
consolando a Roldan que comulgó devotamente y, de propina asistió a dos misas de rodillas. En la mañana del 31
de marzo, poco después de las once, quedo cumplida la sentencia “sic
transit gloria mundi”, así pasa la gloria del mundo y, así se las
gastaban por aquellos tiempos. Después de aquellos bailes vino el salón de baile
de Don Siro Sanz Sagúillo, más tarde
discoteca, el salón de baile de de Don
Celerino y Doña Amor, y la pista de verano de
Don Agustín Tejerina Valbuena (Gabardi).
Siempre agobiados por los impuestos de lujo que imponía un ayuntamiento que no
tenía donde rascar, entre ellos siempre existió una competencia feroz que duró
más de 40 años. Pero esa es otra historia merecedora de capítulo aparte. Hoy día, únicamente bailan las personas
mayores que acuden al Hogar del Pensionista, baile animado como pocos en la
comarca, donde reverdecen sentimientos y sensaciones. No estaría mal que
alguno de los abuelos fuese acompañado de vez en cuando por sus nietos y
nietas, entregados con pasión al deporte del botellón, así aprenderían los usos
antiguos para relacionarse y bailar el “agarrao”, llamado por algunos clérigos
de mediados del siglo pasado el "aguarrao".
A la derecha del galán de la moto, el baile de D. Lorenzo García. (Foto: Gentileza Familia Corral)
En la Calle General Franco junto al que desaparecido Convento de las Dominicas (a la izquierda de la foto) funcionó el baile del Señor Resti. (Foto: Gentileza Luisa Polvorinos)
Aún se usa el baile de la tierra en la romería de San Guillermo de Peñacorada, cuando los cisterniegos suben a la gruta para honrar a su venerado patrón. (Foto: Siro Sanz)
Salón de Baile del Moderno todas las fotos pertenecen a la nochevieja del año 1966, en la foto inmediata inferior en la barra Miguel G Tejerina, Dña Sara Sagüillo, Dña Ascensión Arraya, Dña Emma Sanz, Dña Rosalina G Tejerina; los guajes: Carlos, Antonio y Juanjo Sanz. (Foto F del Blanco. Familia Siro Sanz)