Muchos escriben y opinan, cuando hablan de los parques y reservas de la biosfera, que el paisaje de nuestras montañas es natural. Así lo venden en las paletas y zafias promociones turísticas, locales o provinciales. Reservas y parques, han convertido nuestros pueblos en auténticas reservas humanas, parecidas a las de los kiowas o comanches. Desde las casas del parque, clones que se distribuyen por toda la cordillera, se difunde que todo es natural, ese es el monotema de la nueva religión ecologista. Un ecologismo ciertamente criminal, que descarga sobre nosotros una cantidad enorme de normas ventiladas en Europa por diputados que ni siquiera conocemos. No tenemos derecho ni a pasear, a no ser por donde ellos ordenan; ni a talar un árbol sin permiso, aunque sea en fincas propias; o quemar restos vegetales de sebes y cercados verdes sin el plácet de esas administraciones; nuevos señores feudales, que han caído como la langosta sobre nuestras vidas y haciendas. Necesitamos permisos para tener cuatro gallinas o unos pocos conejos, ahora amenazan con prohibir para 2027 las cocinas, chimeneas y estufas de leña. Aducen para aplicar tanta norma sobrevenida, que nuestros pueblos y sus concejos no tienen capacidad para conservar y proteger. Olvidan que nuestro pasado concejil, con sabias normas de conservación, trasmitió hasta nosotros un gran legado, expresado en: montes, ríos, fuentes y fauna. Se ha gastado mucho dinero de fondos de los Gal, en publicaciones sobre flores, pajaritos, arbolitos y el carnicero lobo, pero nada o muy poco, sobre los hombres que poblaron estas montañas y la huella humana que en ellas se mantiene a duras penas. El paisaje de la Montaña de Riaño es hermoso, excepcional, magnífico, extraordinario, pero, menos natural de lo que algunos opinan. Es un paisaje fruto de siglos de trasformación, producida por la huella antrópica, que ha dejado el trabajo agrícola y ganadero de generaciones. Ese paisaje legado por nuestros antepasados, se desvanece en nuestro tiempo, y se restituye a las selvas, lo que el hombre arrebató a partir de la presura de Purello en 854 y Sisnando de Liébana en 874. Mediante el estudio de las fuentes documentales del monasterio de Sahagún y Santa María de Otero, podemos llegar a conocer cómo eran nuestros antepasados y el paisaje en el que se desenvolvieron sus vidas hace 1200 años. Esos documentos atravesaron tiempos de guerras, pestes, incendios y el expolio desamortizador del siglo XIX, más letal que las campañas de Almanzor. Ojalá las Juntas Vecinales, auténticas propietarias legales de estas montañas, se armen de razones al conocer tan rica documentación, y con valor, se defiendan de los abusos e intromisiones estatales contra la propiedad comunal y privada de nuestros pueblos y sus habitantes.