ESCENAS VADINIENSES
HACE DOS MIL CIEN AÑOS (ni más ni menos) EN UN
CASTRO DEL MACIZO DE PEÑACORADA
Siro Sanz García
I
Amanece en el país de los cántabros.
Sobre el Ornia tributario del Río Grande, el poblado se alza sobre un
crestón calizo cortado hacia el Sur por el foso natural del río. Al Este y Oeste, es defendido por dos escarpes en los que a trechos sobre el abismo crecen grandes encinas. Al Norte, entre dos raigones pétreos, la muralla
precedida de profundo foso defiende el único acceso. La puerta, dispuesta en
clavícula se cubre formando un túnel de ocho metros. La muralla de cuatro metros
de altura y tres de ancho, remata en un paramento de barro donde se levanta un pequeño muro que protege el adarve. Cuarenta cabañas de planta ovalada cubiertas
de paja y tapin buscan la defensa del muro, se disponen unas junto a otras
sin orden. Dentro de encerraderos comunales: caballos y vacas rojizas de pelo
largo se mezclan con un gran rebaño de
cabras que inquietas y ruidosas piden suelta hacia los montes que rodean el
valle alto. La pálida aurora anuncia el nuevo día, a lo lejos, el aullido del lobo rompe la paz del silencioso bosque. La primavera ablanda la nieve en las
alturas del gran Cora, en sus cimas el
clan venera a los dioses tutelares. Al resplandeciente Cora, ofrecen cruentos sacrificios anuales para pedir a los
dioses: la multiplicación de la vida en mujeres y ganados; el éxito en las incursiones guerreras a la tierra
llana. Desde sus altos fuertes, allá a lo lejos, tras la calima mañanera se vislumbra apenas la tierra donde habitan los Vaccei.
II
Densas columnas de humo se elevan sobre las
cubiertas de paja. Sólo se percibe el sonido que produce el vaivén de las muelas
arrastradas sobre las soleras de los molinos de piedra. Las mujeres preparan la
primera comida del día. Granulosa harina
de avena mezclada con leche, semillas tostadas y algo de carne seca de cabra,
constituye la frugal comida del amanecer. Los hombres sentados en círculo beben
de un recipiente de madera que pasan de mano en mano, respetan el orden
impuesto por el mérito en la guerra y la
edad. El ambiente en el interior de las cabañas familiares es tranquilo, una
madre calma el lloro del recién nacido. La escasa luz que penetra por la
puerta y el humo de la hogueras desdibujan las figuras, todavía adormiladas. En
las paredes apoyan lanzas con puntas de hierro, hoces, hachas de doble filo
y hondas de cuero crudo atadas en palos de urz clavados entre los huecos de las
piedras. Las pieles de cabra y vaca que han servido de abrigo durante la noche
son amontonadas lejos del fuego. Sobre el llar pende una cadena de grandes
eslabones, de ella cuelga un gancho y del gancho una marmita de metal. Las ancianas tejen tela de
basta lana, niñas de unos doce años hilan con ruecas de avellano en la que prenden
lana oscura cardada, sus hábiles dedos hacen girar el huso dónde enrollan el
hilo. La destreza de las tejedoras proporciona al clan tela suficiente para
mantas, polainas, ceñidores y túnicas.
III
Estrenada la mañana se abre el
portón de roble. Los pastores se colocan a ambos lados del pasadizo sobre el
foso, el ganado pasa entre ellos. Cabras, vacas, novillas, en ruidosa y desordenada comitiva bajan lentamente por
el talud hacia el fondo del valle. Entran en un bosque de robles próximo al río.
La montaña devuelve el sonido de las broncíneas esquilas mezclado con los mugidos y el sonido de los cantarines arroyos que presurosos se despeñan buscando las aguas del Ornia. Los pastores aún adolescentes que no valen para la guerra, descienden detrás del pingue ganado. Visten breves túnicas y se cubren con bastos sagos de lana parda sujetos con
fíbulas de bronce sobre el hombro izquierdo. Calzan abarcas de piel de lobo y protegen sus piernas con polainas de lana. No hay mozos más hábiles que ellos en el uso de la honda que ahora ciñe sus largas cabelleras. Cada
uno porta una vara de tejo de dos metros, aguzada en un extremo
y endurecida al fuego. Osos y lobos cuando atacan al pacífico ganado, son acosados por certeros
tiros de honda y los gritos de los pastores que sujetan las varas de tejo en
actitud desafiante. Los jóvenes guardianes se dirigen a las frías aguas
del Ornia que viene lleno por las recientes
lluvias y el deshielo primaveral, después de beber ellos y el ganado, buscaran el verde trébol y las saladas
hierbas que engordan y crecen la leche.
Castillón de Santaolaja (Cistierna). Castro sobre el río Duerna. (Foto Siro Sanz)
"Cabras, vacas y novillas bajan lentamente por el talud hacia el fondo del valle..."
Precioso relato Siro
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