Durante más 25 años he sido fiel
a una visita ineludible en Marrakech, el Café la France. Existen en la villa
otros muchos cafés, algunos de gran lujo y escogida clientela, para mi el
ideal es La France. Tengo que decir que el trato del personal hacia un servidor siempre ha sido correcto y afectuoso, en
honor a la verdad estoy un poco enchufado, pues los propietarios son contraparientes
de mi mujer y en los países árabes al igual que en España ya se sabe: primero
se favorece a la familia, segundo los amigos de la familia y parentela lejana,
después a los amigos de los amigos y así hasta el infinito.
Situado en el extremo Este de la
plaza de Djemaa el Fna, se constituye
como el lugar más idóneo para escudriñar el bullicio de tan especial agora,
sobre todo al atardecer cuando las Halkas
(grupos en corro) empiezan a formarse y el humo de los figones se eleva
formando una espesa cortina que desdibuja a la luz del sol poniente los
contornos de las cosas y de los casos que aquí ocurren. Aparentemente nada
especial tiene el lugar. En las fotos de los años treinta durante la ominosa
presencia francesa, ya aparece el Café la France en las postales color sepia de la medina.
Presentaba entonces planta baja y azotea de barro, sobre la cual en los años cincuenta-
sesenta se levantó otro piso y una hermosa terraza panorámica. Acudo todos los
jueves por la tarde. Entro a la medina por Bab
Dukala (la puerta de Dukala) y me dirijo a Mul-Ksor , el corazón de la medina, donde ese día y desde hace siglos se
celebra un musem (romería). Es raro ver pasar algún Nsara (cristiano) por este lugar. Me siento en el suelo a descansar junto a una de las
improvisadas Halkas que se forman
alrededeor de la ermita del santo. La Halka está compuesta en su mayor parte de
mujeres y niños que vienen a pedir al marabuto la baraka y a consultar a las suafas (videntes) sobre los problemas
que las agobian: maridos aficionados al majía (orujo de higos), el precio de
los alimentos, de donde saldrá el dinero de la boda de la hija, vamos lo
normal.
Dos de las suafas más veteranas: Lala Malika y Lala Rashida, son conocidas
mías y entre cada tirada de cartas y fundición del estaño, que esos son los
medios que utilizan para adivinar el futuro, nos contamos los últimos chismes
de conocidos y extraños. Últimamente andan las mujeres algo preocupadas, los
barbudos, esos del dólar en la frente, la marca de muy rezadores y beatos,
hacen visitas esporádicas que asustan a la clientela, dicen que esto no es más
que superstición mujeril, sacadineros y herejía contra el santo Alcorán. Los
muy hipócritas incluso se han atrevido a levantar la mano contra la tumba del wali (santo) que protege Ksor y hablan perrerías de los Sebatu Riyal (los siete santos varones que guardan con su seráfico recuerdo las puertas de la medina de Marrakech). Me
uno a mis amigas en improvisado plegaria para pedir a Dios y al supremo patrón
de la medina: Sidi Bel Abbés, que nos libre de semejante gentualla, y a ellas
les permita seguir ganándose la vida honradamente con su industria, el brujeril oficio que ellas practican ni se mete con nadie ni a nadie hace daño. Dejo Ksor y me
dirijo al Souk Semarin (el gran bazar), entro en un río de gente que me empuja
hasta la plazoleta de Ragba Kadima y de
aquí a Kanaria, justo a la salida o entrada de Kanaria, según se mire, aparece el
Café la France. El establecimiento tiene dos partes bien diferenciadas: la
planta baja, lugar mayormente ocupado por los marraksies, todos varones, aun está
muy mal visto el alterne de mujeres por los carfés, aquí se pasan las horas
consumiendo café y fumando. Siempre me siento en la misma mesa en la planta baja, junto a la columna central, tomo mis notas y converso con los amigos: un maestro de primaria, un profesor de literatura, un anciano cristiano de nación belga, excelente dibujante y mejor conversador, un vendedor de cigarrillos americanos; cuando no hay tema a debatir contemplamos el tráfago de la plaza y el gran bazar. De vez en cuando una horda de gauris nasarani
(extranjeros-cristianos) pasa dirección a la escalera del fondo que conduce a
la terraza panorámica, por decirlo así, la zona fina del Café la France. Al que
visita por primera vez la Plaza de Djemaa el Fna le aconsejo que suba a la
terraza de La France a las siete de la tarde cuando las halkas ya están
formadas, el sonido de los atabales, tambores y chirimías de los Gnawa lo
llenan todo, los que viven de contar sus historias tienen a su público
rendido, los fakires beben agua hirviendo, los Aissaouas han dispuesto sobre el
suelo las cestas con las oscuras cobras y hermosas víboras del desierto. Sin embargo, a esa
hora el mayor espectáculo no viene de la plaza, se produce como una explosión repentina
en todo el ámbito de la medina de Marrakech. Es la hora de la oración, en Yemaa al Harbus, la mezquita situada frente al Café la France, comienzan a entrar los fieles, llegó el momento del Asr, la oración justo antes de la puesta del sol.
La voz gutural de los imanes marraksies se eleva sobre la medina
llamando a la oración “La- u- ajbar- la ilaha la ila la” proclaman la grandeza,
magnificencia, unicidad de Dios y la bendición del profeta Muhamad. Las llamadas a la plegaria -Haia a lal fala-Haia a lal shala- se suceden una y otra vez y así en más de trescientas mezquitas, convirtiéndose
unas en el eco de las otras. En ese momento el turista se repliega en si mismo, se percata repentinamente
que está inmerso en un ciclo cultural distinto al suyo, un cierto temor
respetuoso se apodera de su ser. Más o menos el mismo estremecimiento que sintió el viajero
alemán Jerónimo Munzer en el s. XV, cuando entraba en las poblaciones moriscas de
Aragón y escuchaba por primera vez desde las torres de las aljamas de los mudéjares
españoles la voz del último resto del glorioso Islam Hispano.
Desde el Café la France vista de la entrada al Zouk Semarin (Gran bazar). (Foto Siro Sanz)
Djmaa el Fna, al fondo la mezquita Jemaa al Harbus situada enfrente del Cafe la France. (Foto Siro Sanz)
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