La biografía de Juan de Prado aunque ya ha sido tratada de
forma excelente por autores locales como Sánchez Pagín, y Juan Manuel de Prado,
creo yo, puede aquilatarse sobre todo en lo relacionado al lugar y
circunstancias donde padeció martirio. Del inicio de su vida en Morgovejo y
Vegacerneja (Montaña Oriental Leonesa), de sus relaciones familiares con la
villa de Pedrosa y con el Valle del Tuejar sabemos muchas cosas,
pero apenas nada del lugar donde murió y
sufrió cautiverio. Juan de Prado, es por otra parte, un caso insólito en la
historia de la Iglesia Católica
de Marruecos.
Es un hecho poco conocido la tolerancia y respeto hacia
las minorías religiosas en el reino de Marruecos, donde convivieron y conviven
de forma pacífica los fieles de las tres religiones reveladas nacidas del
tronco de Abraham. La historia de este país no registra ninguna de esas grandes
persecuciones que sufrieron las minorías religiosas en otros lugares del mundo.
Pongamos por ejemplo: las persecuciones entre católicos y protestantes durante
el siglo XVI y XVII en el norte de Europa, o el acoso y fin del Islam Hispano
desde el S XV al S.XVII, y antes de los judíos Sefardíes. Recientemente recordamos
el exterminio del Islam Europeo en la guerra Balcánica de 1992.
La historia de Marruecos, sí
registra a veces hechos puntuales contra cristianos, como son la muerte de los
cinco protomártires Franciscanos en el S. XIII ó el martirio de nuestro paisano
de Morgovejo en 1631, pero éstos son acontecimientos que pueden ser explicados
a la luz del contexto histórico.
Monseñor Aldegunde Obispo de
Tánger escribía en 1968 “El pueblo marroquí sitúa por encima de todos los
valores el factor religioso, y ello dentro de unas características que le son
propias: reconocer a las comunidades no musulmanas (judía y cristiana) la
facultad de atenerse respecto a la vida religiosa, a sus propios estatutos: y
es porque el pueblo marroquí quiere y trata de respetar la conciencia de todos
aquellos que no profesan su propio credo”
El testimonio de Monseñor
Aldegunde viene reafirmado por la propia historia del país. Sabemos de la existencia
durante la dinastía Almorávide, Almohade y Meriní, de milicias cristianas hispanas,
con sus sacerdotes e Iglesias. La presencia de los Franciscanos y de sus casas
en Tánger, Meknes y Marrakech es constante desde el S. XIII hasta nuestros
días. La acogida a los Judíos expulsados de España en el S. XV vino a reforzar la Judería de Marruecos presente desde
época romana, que se enriqueció con el aporte de sangre Sefardí. Los cautivos
cristianos, sobre todo españoles, muy numerosos a partir del S. XVI gozaban, a
pesar de su condición, de un estatuto especial que les permitía tener sus
Iglesias y sacerdotes. Durante el reinado de Ahmed Almansour, (1578-1603),
uno de los más importantes sultanes de la dinastía Saadí, los Franciscanos en
Marrakech, celebraban la misa, podían predicar y celebrar los oficios de Semana
Santa. Los moros, incluso aportaban ricas telas y alhajas para adornar la cruz.
No era extraño en Marrakech, que el Cherife (noble, descendiente del profeta
Muhamad) y sus Caides, contemplasen el
paso de la cofradía de la Vera Cruz con más de 500 penitentes. Además de esta
cofradía existían en Marrakech otras cuatro: la de la Misericordia de Cristo, la de
Nuestra Señora, del Santísimo Sacramento y la de San Sebastián, que poseían
escuelas donde se enseñaba a la doctrina cristiana. Todo esto ocurría en
Marrakech, en la época en que la
Inquisición española acosaba y perseguía cruelmente a los
judíos y moros conversos, conocidos como cristianos nuevos. El 4 de junio de
1672, derrotada hasta el exterminio la dinastía Saadi, entra en Marrakech, el
primero de los Alauitas, Moulay Ismail (1673-1727), e inicia la dinastía
que actualmente reina en el país. En 1672 sólo quedaban en Marrakech dos
Franciscanos españoles, el Padre Alonso de la Concepción y el Padre Luis de San
Agustín. Estos dos religiosos solicitan al Sultán Moulay Ismail, la renovación
de los permisos para residir y fundar en Marruecos. El nuevo Sultán no sólo les
concede el permiso, también les recomienda que funden en Mecknes y en Fés,
donde ellos podían asistir a los cautivos cristianos, en su mayoría españoles.
El 2 de julio de 1672 los dos frailes llegan a Meknes y compran una casa en el Mellah
(barrio judío). Los dos frailes serán reforzados más tarde por los Padres Diego
de la Madre de Dios,
Fernando de San José y el hermano Gaspar de San Agustín. Entre todos asistirán
a una población cautiva de 700 españoles residentes en Meknes. La toma de
Larache, en manos españolas desde 1610 y de nuevo en poder del Islam el 11 de
noviembre de 1689, elevará el número de
cautivos españoles entre hombres mujeres y niños a unos 3000 repartidos entre
Meknes y Fés.
Ante este panorama de tolerancia mantenido
durante tantos siglos, alguno se preguntará entonces qué ocurrió con Juan de
Prado. La respuesta es difícil pero no imposible. Los acontecimientos en
los que se enmarca la gloriosa muerte del Beato, deben incluirse en el marco de
la transición dinástica de los Saadis a los Alauitas (dinastía actual reinante),
un cambio que se venía gestando desde 1603 y culmina en 1672, año de la toma de
Marrakech por Moulay Ismail. Entre 1620 y 1631, año del martirio, se da el
mayor grado de descomposición interna de la dinastía Saadi con acontecimientos
que influirán en la mala acogida a Juan de Prado en la corte de Marrakech.
A la muerte del Gran Sultán Saadi
Ahmed Almansour en 1603, Marruecos entra en un periodo oscuro de anarquía que
dura casi medio siglo. Cuatro hijos del difunto se disputan el trono y arruinan
el país con sus luchas y exacciones. La venta a España del puerto de Larache en
1610 desacredita aún más a los últimos príncipes Saadies. Los Oualis (Santos o Marabutos, directores espirituales del pueblo) denuncian la inmoralidad del los
príncipes de esta declinante dinastía, e incitan a las tribus a la Jihad (guerra santa) para desalojar a
los Españoles de los puertos Marroquíes de la
Mamora , Larache, Arzila, Tánger, Ceuta y Melilla. Este hijo
de San Francisco intenta fundar en Marrakech en el momento más álgido de las
luchas que descomponían a la familia Saadi. Las autoridades de la plaza
portuguesa de Mazagan (actualmente El
Yadida) no consiguieron disuadirle acerca de la inseguridad del país al que
intentaba predicar. Obtiene un salvoconducto del Sultán Abu Marwan Abd al
Malik II (1624-1631; con este salvoconducto se dirige a Marraquech, cuando
el Sultán es asesinado por su hermano y sucesor Alwalid Ibn Zidan
(1631-1636). El 5 de marzo de 1631, el de Morgovejo se acerca a Marrakech.
Los cautivos españoles salen a recibirle junto a un río a 2 leguas de la Medina , allí aún se yergue un
hermoso puente de la época de los almorávides, único paso entonces sobre el río
Tensif. Desde el puente le conducen hasta la medina. Entran por la puerta de
Bab-Dukala y se dirigen al Mellah donde se encontraba la Sagena , (Al-Sayine-
cárcel), un espacio destinado a la
guarda de los cautivos que por otra parte tenían bastante libertad de
movimientos. El salvoconducto no es aceptado por las nuevas autoridades y el
Padre Juan de Prado es cautelarmente apresado y conducido a las mazmorras de la
Sagena , que entonces estaba integrada en el gran recinto
amurallado del palacio Kasar el Badi, residencia de los Sultanes Saadis,
construido a la entrada del barrio judío. En Kasar el Badi actualmente se
identifica perfectamente el lugar donde se encontraban las mazmorras donde
penaban los cautivos cristianos y el gran patio donde murió el Franciscano.
La crónica de su muerte habla de un
enfrentamiento verbal entre Juan de
Prado, y el Sultán en el cual intentaría
mostrar la primacía del cristianismo y de Jesús sobre el profeta Muhamad y el
Islam. Si estas afirmaciones se hicieron en público como así parece, la suerte
de éste valiente y un tanto excesivo montañés estaba echada. El proselitismo se castigaba
primeramente con un correctivo físico, palos o azotes; si el reo se mostraba pertinaz, con la
muerte. El salvoconducto sólo se entregaba bajo cinco condiciones: ser de la
orden franciscana española, que su presencia en Marruecos estuviera autorizada
por los Reyes de España, que no practicaran el proselitismo, que se dedicasen a
la asistencia de los cautivos cristianos, que su actividad religiosa se
limitase al recinto señalado por la autoridad marroquí. Esta circunstancia y
otra como la enemiga de algunos miembros de la comunidad judía y de renegados
españoles influyeron en el ánimo del sultán, que condenó a muerte a Juan de
Prado el día 24 de Mayo de 1631. La animosidad de los judíos contra los
Franciscanos no sólo se produjo en Marrakech, lo mismo ocurriría años más tarde
en Meknes cuando el sultán les otorgó permiso para fundar en las cercanías del
Melah (barrio judío). Juan de Prado dio el testimonio de su fe en público,
delante de la corte Marraksi lo que contravenía una de las cinco condiciones,
la que acarreaba peores consecuencias, en un momentos de anarquía que afectaba
a todo el reino y en especial a la dinastía en el poder, insegura y necesitada
del apoyo de las tribus y de sus dirigentes religiosos. Las relaciones con la
orden franciscana y con la iglesia católica serían retomadas por los Alauitas
con el máximo respeto hasta la actualidad.
Hoy día trabajan en Marruecos 187 sacerdotes y
840 religiosos y religiosas. La labor de la
Iglesia está dirigida sobre todo a la asistencia benéfica y
la educación. Las familias musulmanas de Fés, Meknes, Rabat, Casablanca,
Marrakech han visto siempre con respeto y agrado la labor social de la Iglesia y en la enseñanza de los
colegios religiosos católicos un tipo de educación en valores que es
despreciada en Europa. La sangre de Juan de Prado vivifica aún a la comunidad
de esta antigua ciudad. La presencia franciscana en Marrakech sigue viva y
pujante con una hermosa parroquia que acoge a los católicos residentes y
visitantes. La historia de la Iglesia
en Marruecos nos obliga a concluir lo siguiente: esta Iglesia fue obra
exclusiva de los Franciscanos españoles, el dinero, los aportes materiales y de
personal vinieron siempre de España y de los Grandes Españoles que apoyaban
estas misiones, con el fin de atender espiritualmente a los cautivos. Su
continuidad no hubiera sido posible sin la tolerancia y apoyo, sobre todo, de
los sultanes Alauitas y en especial del sultán Moulay Ismail, que aunque
detestaba a los españoles por ocupar Ceuta y Melilla, Larache, a las que atacó en
numerosas ocasiones, favorecía a los franciscanos y como piadoso musulmán
permitía a los cautivos cristianos, en su mayoría de nación Española, practicar
libremente su religión. La muerte de Juan de Prado, fue un asesinato que
sólo puede recaer sobre la casa de Saad.
A la vista de la tolerancia con
la que fueron tratados los misioneros cristianos desde finales del XVII hasta
hoy día, llama la atención la violencia agresiva de suizos y franceses, e incluso españoles que
llenan sus bancos con los petrodólares de los emiratos del golfo pero prohíben a los pobres emigrantes magrebíes
construir una modesta mezquita. Que tomen ejemplo del respeto con el cual
siempre fue tratada la orden de San Francisco en Marruecos.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA PARA ESTE
ARTÍCULO:
YOUNES NÉKROUF., Une
Amitié Orageuse. Paris 1991
ABDELHAK TORRES., Historia
de las relaciones entre el Islam y el Cristianismo. Conferencia organizada por
“Adawa al Islamiya de Xawen en colaboración con el Consejo de Ulemas de la
provincia de Tetuán, agosto 2003.
JOSÉ MARÍA CANAL SÁNCHEZ PAGÍN., El
Santo Mártir Fray Juan de Prado. Studium Legionense, número 22.
Recinto amurallado de Kasar el Badi, fuera de la muralla se extiende el Melah o barrio judío de Marrakech. Aquí tenían su iglesia y residencia los esclavos españoles. (Foto Siro Sanz)
Mezquita mayor de la Kutubia (de los libreros). Testigo del martirio de Juan de Prado en 1631. (Foto Siro Sanz)
Cámaras de la sagena, lugar donde previsiblemente pasó su cautiverio Juan de Prado. (Foto Siro Sanz)
Puente sobre el río Tensif. Construido en el tiempo de aquel rayo de la guerra que fue Yusuf ben Tasufin en la época de los almorávides. Este es el lugar en el cual en 1631, los esclavos españoles de Marrakech salieron a recibir a Juan de Prado. (Foto Siro Sanz)
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